El día que mi hija nació, en verdad no sentí gran alegría, porque la decepción que sentía parecía ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener una hija.
¡Yo quería un varón!
A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y agotada y la otra radiante y dormilona.
En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi Anita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura.
Su carita, su sonrisita y su mirada no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes sobre planes, todo sería para mi Anita.
Este relato era contado a menudo por Rodolfo, el padre de Anita; yo también sentía gran afecto por la niña que era la razón más grande para vivir de Rodolfo, según decía él mismo.
Una tarde estaban mi familia y la de Rodolfo en un día de campo a la orilla de un río y la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchábamos:
¡Yo quería un varón!
A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y agotada y la otra radiante y dormilona.
En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi Anita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura.
Su carita, su sonrisita y su mirada no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes sobre planes, todo sería para mi Anita.
Este relato era contado a menudo por Rodolfo, el padre de Anita; yo también sentía gran afecto por la niña que era la razón más grande para vivir de Rodolfo, según decía él mismo.
Una tarde estaban mi familia y la de Rodolfo en un día de campo a la orilla de un río y la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchábamos:
- Papi... cuando cumpla quince años, ¿cuál será mi regalo?
- Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te parece que falta mucho para esa fecha?
- Bueno papito, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.
La conversación se extendía y todos participamos de ella.
Al caer el sol regresamos a nuestras casas.
Una mañana me encontré con Rodolfo enfrente del colegio donde estudiaba Anita, quien ya tenía catorce años. Rodolfo se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro.
Con gran orgullo me mostraba las calificaciones de su hija, eran notas impresionantes, ninguna bajaba de 10 y los estímulos que le habían escrito sus profesores eran realmente conmovedores. Felicité al dichoso papá.
La niña era la alegría de la casa, estaba en la mente y en el corazón de la familia, especialmente en el de su papá.
Fue un domingo muy temprano, cuando nos dirigíamos a misa, la niña tropezó con algo, eso creíamos todos, y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no cayera. Ya instalados en la iglesia, vimos cómo se iba inclinando lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento.
La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi para ir al hospital.
Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, tenían que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.
Los días iban pasando, Rodolfo renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de Anita, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría porque sus ingresos eran superiores a los de él.
Una mañana, Rodolfo se encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:
La conversación se extendía y todos participamos de ella.
Al caer el sol regresamos a nuestras casas.
Una mañana me encontré con Rodolfo enfrente del colegio donde estudiaba Anita, quien ya tenía catorce años. Rodolfo se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro.
Con gran orgullo me mostraba las calificaciones de su hija, eran notas impresionantes, ninguna bajaba de 10 y los estímulos que le habían escrito sus profesores eran realmente conmovedores. Felicité al dichoso papá.
La niña era la alegría de la casa, estaba en la mente y en el corazón de la familia, especialmente en el de su papá.
Fue un domingo muy temprano, cuando nos dirigíamos a misa, la niña tropezó con algo, eso creíamos todos, y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no cayera. Ya instalados en la iglesia, vimos cómo se iba inclinando lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento.
La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi para ir al hospital.
Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, tenían que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.
Los días iban pasando, Rodolfo renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de Anita, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría porque sus ingresos eran superiores a los de él.
Una mañana, Rodolfo se encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:
- ¿Voy a morir, no es cierto? ¿Te lo dijeron los doctores?
- No mi amor, no vas a morir, dios, que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más he amado sobre este mundo, respondió el padre.
- ¿Van a algún lugar?
¿Pueden ver desde lo alto a su familia?
¿Sabes si pueden volver? preguntaba su hija.
¿Pueden ver desde lo alto a su familia?
¿Sabes si pueden volver? preguntaba su hija.
- Bueno hijita, nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola; estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte.
-¿Al viento? ¿Y cómo lo harías?
- No tengo la menor idea hijita, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.
Ese mismo día, por la tarde, llamaron a Rodolfo, el asunto era grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban un corazón, el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más.
¡Un corazón!
¿Dónde hallar un corazón?
¡Un corazón!
-¿Dónde, dios mío?
Ese mismo mes, Anita cumpliría sus quince años. Y fue el viernes cuando consiguieron un donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.
El domingo por la tarde ya estaba operada, todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total!
Sin embargo, Rodolfo todavía no había vuelto por el hospital y la niña lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que ya todo estaba muy bien y que su papito sería el que trabajaría para sostener la familia.
Anita permaneció en el hospital por quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron.
Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre.
Hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuánto lamento no estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenias diez añitos y a la cual no respondí.
Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija. Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras.
¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!!
La pobre niña lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá, no paraba de llorar y susurró:
Papi, ahora puedo comprender cuánto me amabas, yo también a ti y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la importancia de decir te amo. Perdóname por haber guardado silencio tantas veces.
En ese instante, las copas de los árboles se mecieron suavemente, cayeron
algunas hojas y florecillas y una suave brisa rozó las mejillas de Anita, alzó la mirada al cielo, intentó secar las lagrimas de su rostro, se levantó y emprendió el regreso a su hogar, con la alegría de saber que lleva en su corazón “El amor de su padre”…
Ese mismo día, por la tarde, llamaron a Rodolfo, el asunto era grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban un corazón, el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más.
¡Un corazón!
¿Dónde hallar un corazón?
¡Un corazón!
-¿Dónde, dios mío?
Ese mismo mes, Anita cumpliría sus quince años. Y fue el viernes cuando consiguieron un donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.
El domingo por la tarde ya estaba operada, todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total!
Sin embargo, Rodolfo todavía no había vuelto por el hospital y la niña lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que ya todo estaba muy bien y que su papito sería el que trabajaría para sostener la familia.
Anita permaneció en el hospital por quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron.
Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre.
Hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuánto lamento no estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenias diez añitos y a la cual no respondí.
Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija. Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras.
¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!!
La pobre niña lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá, no paraba de llorar y susurró:
Papi, ahora puedo comprender cuánto me amabas, yo también a ti y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la importancia de decir te amo. Perdóname por haber guardado silencio tantas veces.
En ese instante, las copas de los árboles se mecieron suavemente, cayeron
algunas hojas y florecillas y una suave brisa rozó las mejillas de Anita, alzó la mirada al cielo, intentó secar las lagrimas de su rostro, se levantó y emprendió el regreso a su hogar, con la alegría de saber que lleva en su corazón “El amor de su padre”…
Cuando una persona realmente ama es capaz de dar todo sin importar nada, inclusive sacrificar su propia vida.
Nunca dejemos de decir: "TE AMO" No sabemos si será la última vez, por eso cada día, a cada instante, expresemos abiertamente nuestros sentimientos a aquellos seres que son importantes en nuestras vidas.